España>Crisis pesquera: los jóvenes ya no quieren ir al mar

Con una media de edad envejecida, el sector no encuentra relevo y ya empieza a haber barcos que no pueden salir a faenar. Desde hace años contrata extranjeros para poder mantener los 31.500 puestos de trabajo que genera en España


viernes, 17 septiembre de 2021

Con una media de edad envejecida, el sector no encuentra relevo y ya empieza a haber barcos que no pueden salir a faenar. Desde hace años contrata extranjeros para poder mantener los 31.500 puestos de trabajo que genera en España

Bajo el puente que conecta el continente con la Illa de Arousa, en Pontevedra, algo más de un centenar de mujeres con la espalda doblada clavan el sacho en la arena. La lluvia arrecia, sopla el viento y no pueden esperar a que escampe. La marea manda. Acompañadas por las gaviotas y enfundadas en trajes de agua, tienen apenas unas horas para recolectar el cupo del día, cuatro kilos de almeja babosa, uno de fina y medio de japónica. Sólo dos de ellas, María Viana y Tania Dios, no han cumplido aún los 30. La edad media de las mariscadoras de A Illa alcanza ya los 54 años y su presidenta, Carmen Dios, explica que en la zona no es fácil que los jóvenes quieran aprender el oficio. «Es un trabajo muy duro, la renta no es fija y no te da estabilidad para organizar tu vida, ni para pedir una hipoteca», resume. La falta de relevo generacional es aún más acuciante en la pesca. Los armadores de los 8.972 buques españoles, la mitad de ellos gallegos, tienen cada vez más problemas para encontrar marineros, patrones o personal encargado de las máquinas. Ya casi nadie quiere aventurarse a una vida en el mar.

«Por culpa de la escasez de tripulantes ya hay barcos que no han podido salir a pescar», explica Javier Garat, secretario general de Cepesca, organización que aglutina al 95 por ciento de la flota de altura española y a un porcentaje elevado de la bajura. Para Cepesca, la falta de trabajadores es el mayor reto al que se enfrenta el sector en España y en Europa. «En la primera reunión que tuvimos con el ministro Luis Planas hace ya dos años, nuestro primer punto fue la carencia de tripulantes y eso que éramos conscientes de que no es una competencia suya», ejemplifica Garat.

20 por ciento del empleo

Pese a la paulatina reducción del número de barcos experimentada desde la entrada en la UE en 1986, España aún conserva el 20 por ciento del empleo comunitario en este sector, con casi 31.500 trabajadores. Pero en los próximos años muchos de estos puestos podrían perderse. Aunque no hay datos oficiales, en la mayor parte de los barcos las tripulaciones superan los 50 años y en la pesca, debido a la penosidad de la profesión, la jubilación llega entorno a los 55-57.

«Hay mucha gente a punto de retirarse y no va a ser un problema fácil de resolver», apunta Basilio Otero, patrón mayor de Burela y presidente de la Federación Nacional de Cofradías. En los últimos años el sector no ha sabido atraer a nuevos profesionales. «Fuimos demasiado cerrados», reflexiona. La pesca no es un trabajo cómodo. Los barcos gallegos están presentes por todos los mares del planeta y sus tripulaciones pueden pasar meses lejos de casa. Pero el sector se ha transformado en los últimos años. «Tenemos que decirle a la gente que ya no llevamos parche en el ojo, ni pata de palo, ya no tenemos un amor en cada puerto. Aquel marinero de las galeras ya no existe», indica el patrón mayor de Burela. Hijo de marinero, Otero recuerda que su padre le contaba que cuando se embarcaba para ir a capturar bonito «ponía el traje de aguas cuando salía para el mar y ya no lo sacaba hasta llegar a tierra. Hasta en el catre, cuando dormía, llovía», indica. Ahora los pesqueros están mejor equipados, disponen de conexión a internet que permite mantener el contacto con la familia a diario, «no hay jornadas interminables y los salarios no son malos, aunque dependen de la pesca que se consiga en cada marea, un marinero puede cobrar de media unos 2.000 euros mensuales netos», explica Otero.

La carencia de tripulantes afecta a todos los puestos de trabajo a bordo, desde marineros a titulados. En la Mariña lucense llevan años contratando extranjeros para su flota de altura que faena, sobre todo, en el caladero del Gran Sol. Explotado desde el siglo XIII es rico en merluza, rape y gallo y se extiende por aguas británicas, escocesas e irlandesas. Desde los 80 una importante comunidad de caboverdianos se ha establecido en Burela y después fueron llegando senegaleses, peruanos y últimamente indonesios. El 20 por ciento de las tripulaciones es ya extranjera en Burela. La contratación de los extracomunitarios no era sencilla y en los primeros años diversos sindicatos denunciaron condiciones de casi esclavitud para los que llegaban de Asia, hacinados en pisos que les facilitaban las empresas que los traían y con sueldos de apenas 500 euros. Ahora, aseveran tanto Garat, de Cepesca, como Basilio Otero, salvo «algún armador que no haga bien las cosas, que siempre hay», la situación ha cambiado. En abril de hace dos años, se inició una reforma legislativa para facilitar la contratación de extranjeros en los pesqueros, pero obliga a firmar convenios bilaterales con otros países que en muchos casos todavía no han llegado. El nuevo marco está pensado sólo para la flota de altura, por lo que los barcos que faenan a menos de 200 millas de la costas españolas siguen teniendo dificultades para encontrar marineros pese a que en estas artes no hay que pasar tanto tiempo lejos de la familia. Cuando empezó en la pesca, Otero lo tuvo claro y decidió no seguir los pasos de su padre. «Sacrifiqué sueldo por vida», explica el patrón mayor de Burela, que siempre se ha dedicado a la bajura.

Las mariscadoras duermen en casa, pero la escasez del producto en algunos bancos obliga a trabajar más horas que antes. A sus 61 años, Fina Rivas comenzó a buscar almejas casi al tiempo que aprendía a caminar. «No había guarderías, ni nada. Mi madre venía a mariscar y me traía con ella. Veía un agujero y me decía, cava ahí», recuerda. «Antes bajabas y había mucho marisco y ahora no hay casi nada, y eso que cada vez somos menos gente en la playa», lamenta. Dios explica que el sueldo medio en la cofradía ronda los 600 euros brutos en los meses malos y como mucho llega a los 1.000 en los buenos. En otras zonas de Galicia, hay más marisco y no hay tantos problemas para que los jóvenes decidan seguir en las rías. Lumbalgias, tendinitis en codos y muñecas y un sinfín de problemas físicos suelen acompañar a estas mujeres cuando alcanzan la jubilación. Para no depender de las mareas, algunas deciden meterse con el neopreno en la ría. Pueden pasar allí varias horas. Aún así, Carmen afirma que ha aprendido «a querer el oficio a fuerza de trabajar» y no cambia la sensación de estar en la playa un día de sol, respirando el aire del mar. «Es un trabajo muy duro, pero no tienes que trabajar tantas horas como en tierra», explica María Viana, que con 28 años es la más joven de las mariscadoras arousanas.

A bordo del Argos Pereira en aguas próximas a las islas Malvinas, Iván Garrido trabaja como engrasador de máquinas en un buque de 82 metros de eslora que pasará cuatro meses buscando calamar en aguas del Atlántico Sur. Partió el 30 de junio y hasta finales de octubre no volverá para la localidad pontevedresa de Bueu. Su padre tenía el mismo oficio y él casi no lo conoció de pequeño. «Siempre dije que venir para el mar sería lo último que haría», explica, «pero la verdad es que ahora estoy contento». A sus 32 años, Garrido es el segundo tripulante más joven del barco. Tras trabajar en una conservera, decidió apuntarse a un ciclo experimental de Formación Profesional dual en el ámbito pesquero. Los estudios empezaron hace dos años y todos los que los han acabado están ya contratados, explica Rosa Meijide, responsable de Formación de la Cooperativa de Armadores de Vigo, que ha impulsado la iniciativa. Las escuelas náutico-pesqueras suelen tener el cupo completo, pero prácticamente ningún estudiante quiere dedicarse al oficio. Casi todos prefieren trabajar en embarcaciones de recreo o en la marina mercante. Según explica Garat, tras realizar una encuesta a los alumnos la mayoría respondían que la pesca era un trabajo «peligroso, duro, mal remunerado o que había que pasar mucho tiempo fuera». Los armadores están intentando convencer al alumnado de que vean la flota pesquera como alternativa, porque al menos los titulados reciben mejores remuneraciones que en la marina mercante. «Con una FP pueden conseguir salarios de 100.000 euros brutos», explica Meijide. «En el caso de los patrones, a los ‘Messi’ y a los ‘Ronaldos’ del sector les pagan hasta 600.000 euros anuales», apunta Garat. Otero explica que son muchos los profesionales de mayor rango que ya se habían jubilado que están volviendo al mar ante el cheque en blanco que les firman armadores que no encuentran quien dirija sus pesqueros. Además de en Vigo, los armadores están promoviendo este tipo de estudios en otras zonas costeras de España para que los estudiantes puedan embarcarse e ir trabajando al tiempo que realizan sus estudios.

Sostenibilidad social

Aunque en los grandes buques las condiciones han mejorado, aún queda mucho por hacer para convencer a las nuevas generaciones. «Suena mal decirlo pero al final vienen los extranjeros a hacer los trabajos que aquí no queremos, como también pasa en el cuidado de los mayores», indica Meijide. Iván López van der Veen, director general de Pesquera Ancora, cree que el sector tiene que empezar a pensar en la «sostenibilidad social y no sólo en la medioambiental». En la mayoría de las embarcaciones de altura aún hay que compartir camarote con otras cuatro personas y las tripulaciones a veces no son lo suficientemente amplias como para posibilitar los descansos adecuados. Su empresa es la propietaria de uno de los dos únicos bacaladeros que quedan en Galicia. Faenan varios meses al año en el Círculo Polar Ártico en aguas de Noruega. El barco ya no regresa a puerto español para evitar el viaje de vuelta y como ocurre en buena parte de los buques vigueses que pescan por el Índico, el Pacífico, el Atlántico Norte o el Atlántico Sur, lo habitual es que los tripulantes vuelvan a casa en avión, lo que permite incrementar el tiempo de libranza. Aunque las mareas del arrastrero Lodairo pueden durar entre 5 y 6 meses, la tripulación no pasa más de dos meses sin ver a la familia. «Es mucho tiempo», reconoce López, «pero es el equivalente a la conciliación en el mar». Para ello, han tenido que contratar a 56 tripulantes para 36 puestos de trabajo. Además han invertido un millón de euros extra en la construcción del buque, que permite que los camarotes sean sólo para dos personas.

El peculiar litoral gallego no conoce las líneas rectas sino un sinfín de brazos de mar que se internan en tierra. Son unos 1.500 kilómetros de costa que definen a una tierra que desde hace siglos no se entiende sin la pesca y el marisqueo. La actividad extractiva y la transformación de productos suponen en la Comunidad alrededor del 2 por ciento del Producto Interior Bruto. Pero el mar en Galicia siempre ha sido mucho más que un simple oficio. Es una forma de vida y una importante fuente de alimento, que ahora podría verse amenazada.

 

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